Planifico algo sin fundamento. Sé, por experiencia, que es muy poco probable llevarlo a cabo, pero no pierdo la esperanza. De hecho, creo con toda mi fuerza que este será el día en que cambie. Me levanto temprano, hago ejercicio: despierto feliz (al fin sin dolor de cabeza). Después ocurren los típicos llamados, primero tiernos, luego fastidiosos. Al final, cuando todo se derrumba ante mis ojos, caigo en la desesperación del desconsuelo y me ahogo en la impotencia de saber que algo no pasará y sigo creyendo en él. Leve crisis o pataleta, un par de pastillas prohibidas con bebida energizante, las malditas pesas del dolor (no es casualidad que tenga un pushing), agua fría y vuelta a empezar.
Planifico algo sin fundamento. Sé que no va a funcionar, ahora tengo más experiencia, pero no puedo hacer más que dar vueltas. Así es la vida.