@larraincl
13 de febrero de 2018
No hay título que no sea escandaloso
La mente me invade con pensamientos que sólo tratan de aniquilarme. Mi corazón lucha contra eso hasta dejarse llevar por unos instantes y así descargar la pena. Un poco cada día y así luego no duele tanto o ya me acostumbro. Es temporada de menos risas y casi cero energía. Temporada de patos, no de conejos. Hace poco me hicieron ver qué pasaba quejándome y ser consciente de ello ahora me preocupa. No creía que fuera así, es más, es una actitud que no me gusta. En general estoy conforme con lo que tengo, amo lo que hago y soy feliz (aunque triste-feliz-súper triste-súper feliz-nada-feliz-triste-mega feliz-así todo el rato). De qué me quejo… de mi mamá, del calor, del olor a auto, de los frenos, la amortiguación y los pedales de la bici, de la caca del perro, del olor a caca en general, la odio. De los remedios que no me están remediando nada, de no dormir, de tener mucho sueño, de soñar, de tener pesadillas, de no recordar un sueño, de perder todos los días las llaves, los documentos, el fonendo, el timbre, papeles, apuntes, cargadores, jarros de agua, luz de la bici, los guantes. Todo es una exageración y caos en una calma incomprensible y llevadera que llaman “operación a los nervios”. No recuerdo cosas importantes, no porque no les puse atención suficiente, sino porque mi cabeza está tan llena de pensamientos fugaces, que lo importante es llevado por este viento de ideas… a quizás quien sabe dónde. En casa tengo que estar haciendo algo con las manos o ejercicios o siento que me consume algo raro, es como un ir escapando de algo que quiere absorberme. A ratos me atrapa y es una sensación inquietante. Precisamente así: inquietante. Me cuesta quedarme quieta cuando es lo que más necesito en este momento. Lo logro unos minutos con la música. O sin ella. Pero luego me veo desesperada por ir a tejer algo (he dejado de lado la escritura y pintura, que me ayudan a expresarme mejor). Hago y deshago, me río y lloro, soy un mar de emociones desbordándose. Con 3 pastillas para dormir, y dos horas frustras, ya siento la pseudo descompensación en el aire. Todo es una exagerada tragedia. Las horas son demasiado largas. Y mi espera impaciente agota. Una suave brisa logra dispersarme por completo. De pronto ya no hay tonalidades y es un todo o nada. Es un te quiero o te odio. No soporto los quizás, los ya veremos, hay que esperar, y mi paciencia está en el nivel mínimo. Necesito un enchufe de carga, mis baterías de marca barata duran menos. Me falta el dolor muscular que me recuerda que estoy viva, y el cansancio del arte. La necesidad de dormir sólo por la alegría de soñar. No quiero seguir luchando contra la corriente de mi alma. Me siento prisionera y observada, oculta, aburrida. Necesito un abrazo de esos fuertes con corazón incluído para salir corriendo de vuelta al útero de mi madre a conectarme con el sufrimiento infinito y seguir avanzando. Un baño de sangre fría y leche caliente es lo que necesito. Dormirme con los latidos de su corazón y las caricias en mi pelo